BIOGRAFÍA DE
RUSSELL
Bertrand
Arthur William Russell nació a la acostumbrada edad de 0 años
el 18 de mayo de 1872, y murió a la insólita edad de 97 años
el 2 de febrero de 1970. Durante casi un siglo vivió una vida asombrosamente
rica y turbulenta, alcanzando fama como filólogo y crítico
social, como escritor y educador, como miembro de la Cámara de los
Lores y como interno de la cárcel de Brixton. Enseñó
en muchos de los más prestigiosos centros del mundo, desde Cambridge
hasta Harvard y Berkeley. Ganó un premio Nobel, se casó cuatro
veces y tuvo numerosas aventuras sentimentales. Fue vilipendiado por su
agnosticismo ateo y por su defensa del sexo extra matrimonial. Una lista
de las personas con las que trató a lo largo de su vida es como
un "Quién es quién" de la civilización occidental.
Una de las cosas sorprendentes de Russell era su extraña
mezcla de inconformidad y conformidad, de valores tradicionales y chocante
radicalismo. En algunos aspectos parecía en gran manera un producto
de la clase alta británica; en otros, parecía un eterno enemigo
de la sociedad establecida. Hay fotografías en que aparece a la
cabeza de manifestaciones antibélicas vistiendo un traje
con chaleco y reloj de bolsillo. Aunque su promesa de "no respetar a las
personas respetables" debió marcarle como traidor a su clase social,
Bertrand Russell tenía unos antecedentes inigualablemente respetables
(1).
Su abuelo Jhon Russell había sido primer ministro de la Reina Victoria
de 1846 a 1852 y de nuevo de 1865 a 1866. Bertrand, que viviría
lo suficiente para ver a los humanos paseando por la Luna, recordaba cuando
se sentaba en las rodillas regias de Victoria durante las visitas de ésta
a la mansión de su abuelo. Claramente, el joven Bertie nació
en los más altos escalafones de la sociedad británica decimonónica.
Sin embargo, la vida
puede resultar cruel incluso para los poderosos. Russell perdió
a sus padres a la edad de cuatro años. Como consecuencia, fue criado
por su abuela, quién decidió educarlo no en la escuela, sino
en casa con preceptores. El brillante y sensible joven pasó así
gran parte de su juventud entre viejos en la taciturna mansión ancestral
de Pembroke Lodge, privado de las alegrías despreocupadas de la
infancia. Según su propio relato, fue un joven solitario y reprimido
que pasó demasiado tiempo cavilando. Caviló sobre el bien
y el mal, y en más de una ocasión contempló la posibilidad
del suicidio.
Pero de esta infancia
solitaria Russell comprendió una lección que le acompañaría
hasta el final de su vida. Se trataba del pasaje bíblico favorito
de su abuela -"No seguirás la multitud de los que obran mal"-, palabras
que servirían para caracterizar la vida de Russell(2).
Llegado
el tiempo, Bertie dejó Pembroke Lodge y marchó al Trinity
College, en Cambridge, la misma institución que acogió al
joven Isaac Newton, más de dos siglos antes. Con su pobre
preparación y su intensidad intelectual, pasó por Cambridge
como un bicho algo raro, aunque cuajó bien en la vida académica
y sobre todo las matemáticas cautivaron su atención.
Fue un flechazo. Russell
se vio tremendamente inepto para las ciencias físicas o experimentales,
pero las matemáticas -algo impersonal que, en sus propias palabras,
podía amar sin ser amado en reciprocidad- se convirtieron
en una obsesión. Para Russell, las matemáticas ofrecían
una única vía para la certeza y perfección.
"Me desagradaba el mundo real -confesaba-, y busqué refugio en el
mundo ucrónico, sin cambio ni corrupción ni el fuego fatuo
del progreso"(3).
Con este espíritu, escribió este ditirambo a las matemáticas,
un tributo cuyo exceso está atemperado sólo por la elocuencia:
La vida real, para la mayoría de los
hombres, es un perpetuo compromiso, en gran manera secundario, entre lo
ideal y lo posible; pero el mundo de la razón pura no conoce compromisos,
ni limitaciones prácticas, ni barreras par ala actividad creativa
que engloba en espléndidos edificios la apasionada aspiración
por lo perfecto de la que brotan todas las grandes obras. Lejos de las
personas buenas, lejos incluso de los lastimosos hechos de la naturaleza,
las generaciones han creado poco a poco un cosmos ordenado, donde puede
morar el pensamiento puro como en su natural casa, y donde uno, al menos,
de nuestros impulsos más nobles puede escapar del triste exilio
del mundo de los hechos(4).
Como se
puede barruntar de las palabras, los aspectos utilitarios de las matemáticas
tenían para Russell poco atractivo. Su pasión era por una
suerte más pura, más ascética, de razonamiento matemático.
En su Introducción a la Filosofía Matemática,
Russell describía las dos grandes y contrarias direcciones del pensamiento
matemático: "La más familiar... es constructiva, y va hacia
una complejidad gradualmente creciente: de los números enteros a
las fracciones, números reales y números complejos, de la
suma y multiplicación a la diferenciación e integración
y a las matemáticas superiores. La otra dirección, menos
familiar, avanza... hasta una abstracción y simplicidad lógica
cada vez mayor"(5).
Esta otra dirección, el movimiento que se aleja de las aplicaciones
y complejidad y va hacia los fundamentos y la simplicidad, caracterizaba
para Russell a la filosofía matemática. Y aquí es
donde se encontraba intelectualmente en su casa.
Su trabajo sobre los fundamentos
de las matemáticas fue realizado en Cambridge, primero como estudiante
y luego como un miembro de Trinity College. En su empresa se le unió
Alfred North Whitehead, un reputado profesor de lógica cuya colaboración
con Russell se prolongaría durante décadas de disensiones
académicas y personales. Durante al verano de 1900, una época
de "intoxicación intelectual", Russell realizó importantes
avances en lógica matemática. Fue un período intenso
y apasionante para el intelectual de 28 años, quien más tarde
recordaría que "empecé a mí mismo que por fin ahora
había hecho algo que valía la pena y era consciente de que
debía procurar no tirarme a la calle sin haberlo puesto por escrito"(6).
En
1903 Russell publicó un libro de 500 páginas, Los principios
de las matemáticas, y más tarde él y Whitehead
escribieron los enormes tres volúmenes de los Principia Mathematica
que aparecieron en 1910, 1912 y 1913. Éste fue su intento definitivo
de reducir todas las matemáticas a las ideas básicas e irrefutables
de la lógica. Los Principia estaban tan llenos de símbolos
lógicos con exclusión de palabras inglesas que el historiador
de las matemáticas, Ivor Grattan-Guinness describió acertadamente
una página típica como si fuera semejante a "papel pintado"(7).
La
implacable exactitud de estos volúmenes agotó las reservas
de Russell, Whitehead y , posiblemente de cualquiera con la paciencia de
leerlos. También arruinó sus bolsillo, pues poquísimos
lectores decidieron comprar una publicación tan horrorosa. "Ganamos
cada uno menos de 50 libras en 10 años", confesó Russell(8).
Pero lo peor es que no está claro que Russell y Whitehead hubieran
logrado su misión de reducir todas las matemáticas a la lógica.
Lo que estaba claro era que habían producido una obra que sondeó
los fundamentos de las matemáticas hasta profundidades inigualadas.
En vísperas de la
Primera Guerra Mundial, el cuarentón Bertrand Russell había
establecido una marca en la filosofía matemática. Cualquier
coetáneo podía haber sospechado que Russell pasaría
sus restantes años explorando más a fondo arcanos teoremas
de la lógica. Pero esa sospecha había sido infundada, ya
que la vida de Russell estaba a punto de desplazarse en notables e inesperadas
direcciones.
Muchas fuerzas, internas
y externas, le impulsaron, pero la más importante de ellas fue la
insensatez de la Primera Guerra Mundial. Russell, al igual que muchos intelectuales
británicos, observó cómo una generación entera
de jóvenes fue barrida en la carnicería bélica. Repentinamente,
la marcha de los símbolos lógicos por una página perdió
su importancia. Confesó que, frente a la guerra, "el trabajo que
he realizado es muy pequeño e irrelevante para este mundo en el
que nos encontramos viviendo"(9).
Bertrand
Russell se zambulló en la refriega. Su activismo antibélico
le llevó a ser detenido en 1916 y despedido de Cambridge con pérdida
de su pasaporte. Esto último le costó perder un puesto es
Harvard que andaba esperando. Pero nada de esto silenció sus denuncias
mordaces de un esfuerzo de guerra que cada día era más trágico,
por lo que resultaba inevitable que sobreviniera un conflicto posterior
que estaba latente. Esto ocurrió en 1918, cuando Russell fue detenido
de nuevo y encarcelado durante 6 meses en la prisión de Brixton.
El vástago de la nobleza se convirtió así en un preso
de conciencia.
Pero no fue sólo
su postura antibélica la que le acarreó dificultades con
la clase dirigente británica. Al menos tuvo otros dos posicionamientos
en contra de valores tradicionales. Uno fue su agnosticismo público.
Russell criticó no sólo ciertas religiones, sino la religión
en general. Era una persona que creía de todo en la supremacía
de la razón y consideraba que la teología conducía
a la humanidad en direcciones contradictorias e infortunadas. Sus denuncias
eran cortantes, poderosas y violentas. Escribió, por ejemplo, que
"cuanto más intensa había sido la religión en un período
cualquiera y más profundo había sido el pensamiento dogmático,
tanto mayor había sido la crueldad"(10).
Atacaba a la Iglesia Católica regularmente por su prohibición
del control de natalidad, y fue poco más amable con las otras denominaciones
cristianas. A los que veían la mano de Dios en el diseño
de nuestro universo, preguntaba Russell: "¿Pensáis que si
se os concediera la omnipotencia y la omnisciencia y millones de años
para perfeccionar vuestro mundo, no habríais producido algo mejor
que el Ku Klux Klan o los Fascistas?"(11).
Sus puntos de vista se pueden resumir en sus respuestas a la pregunta
de qué es lo que a él particularmente le gustaba de este
mundo: "Las matemáticas y el mar, y la teología y la heráldica,
las dos primeras cosas porque son humanas, las dos últimas porque
son absurdas"(12).
Quizá es posible que, cuando se anunció que había
muerto en un viaje a China, una revista religiosa publicara en un editorial
poco caritativo que "a los misioneros se les podía perdonar el que
hayan suspirado aliviados al oír las noticias de la muerte del señor
Russell"(13).
Pero
si sus opiniones religiosas fueron controvertidas, también lo fueron
sus opiniones sobre el sexo y el matrimonio. Había poco fundamento
en estricta educación para predecir tamaña heterodoxia. A
los 22 años se casó con Alys Pearsall Smith, una cuáquera
americana que vivía en Inglaterra. Alys insistió en contraer
un matrimonio según el rito cuáquero, a lo que accedió
Bertie con su tacto característico: "No te vayas a creer que realmente
me importa una ceremonia religiosa...; Cualquier ceremonia religiosa me
fastidia"(14).
Al
principio, su matrimonio prometía ser eterno, pero en cuestiones
del corazón Bertrand Russell tenía poca estabilidad. Un día
a comienzos de 1902, mientras paseaba en bicicleta cerca de Cambridge,
Russell se dio cuenta de que no amaba a su esposa.
Al constatar esto, inició
una serie de aventuras románticas que abarcarían medio siglo
y que enredaría a este hombre lógico en un comportamiento
que pareció a todo el mundo abiertamente irrazonable. Al parecer
se encaprichó de Evelyn Whitehead, la esposa de la persona con la
que estaba escribiendo los Principia Mathematica. Tuvo una larga
y duradera aventura con Lady Ottoline Morrell, una dama muy conocida de
la alta sociedad inglesa y esposa de un político prominente. Tuvieron
numerosos encuentros clandestinos en habitaciones de oscuros hoteles. Todo
ello resultaba totalmente indecoroso para una persona de talla internacional.
Mientras todo esto ocurría,
se divorció de Alys y se casó con Dora Black en 1912. Sobre
el papel, su matrimonio duró hasta 1935, pero en 1929 Russell escribía
de su segunda mujer: "Ni ella ni yo hacíamos ningún fingimiento
de fidelidad conyugal"(15).
En estas circunstancias, apenas pudo resultar sorprendente que Dora tuviera
un hijo de otro en 1930. pero cuando tuvo un segundo niño con el
mismo hombre, aquello fue bastante para Russell, quien pidió el
divorcio.
Esto preparó el camino
para su tercer matrimonio con Helen Patricia Spence, que duró de
1936 hasta 1952. Entonces, a la edad de 80 años se casó con
Edith Finch, una profesora de inglés en Bryn Mawr, y así
encontró una compañera con la que pudo pasar felizmente sus
últimos años.
Tal conducta dentro y fuera
del matrimonio reportó a Bertrand Russell numerosas situaciones
comprometidas, especialmente porque siempre estaba dispuesto a discutir
sus puntos de vista sobre el sexo, la castidad, la contracepción
y temas semejantes. En 1940, en un célebre caso se le excluyó
de un puesto de profesor en el City College de Nueva York por orden de
la comunidad religiosa y el alcalde Fiorello LaGuardia. Se dijo que Russell
no era apto para enseñar, ya que sus puntos de vista se oponían
a la religión y aprobaba la promiscuidad. Con claro espíritu
de clase, observó en cierta ocasión que los matemáticos
enamorados eran iguales que cualquier otro enamorado "excepto, quizá,
en que el ocio de la razón los hace ser apasionados hasta el exceso"(16).
Bertrand Russell claramente pasó ocioso un tiempo considerable.
Pero también pasó
trabajando un tiempo considerable. Durante estos años de controversias
siguió siendo un escritor prolífico, que produjo volúmenes
de crítica social, tratados de educación e incluso artículos
periodísticos de divulgación. Parece un poco incongruente,
y sin embargo este activista social se encontró escribiendo de vez
en cuando para la revista Glamour y apareciendo como un famoso invitado
en un programa de radio de la BBC. Parte de su aceptación popular
de debió al hecho de que, a pesar de sus puntos de vista, Bertrand
Russell fue una personalidad genuinamente fascinante. En parte fue debido
indudablemente al hecho de que sobrevivió a sus enemigos.
Otros dos aspectos de su
vida merecen mencionarse. Uno fue su permanente disgusto por el sistema
político comunista. En un tiempo en el que muchos intelectuales
aplaudieron el ascenso del comunismo como la salvación de la humanidad,
Russell, como de costumbre, nadó contra corriente. Sobre unos bases
puramente intelectuales, dio dos sucintas razones para oponerse a la filosofía
de Karl Marx: "una, que era confuso, y la otra, que su pensamiento estaba
casi enteramente inspirado en el odio"(17).
El
desdén de Russell por el comunismo iba derecho a sus fuentes, ya
que había conocido a Lenin personalmente durante una visita a Moscú
en 1920 y había vuelto decepcionado. Su juicio fue tan severo como
el del más duro político occidental cuando describía
el estado soviético como "un asilo de lunáticos homicidas
donde los celadores son los peores"(18).
Durante la Segunda Guerra Mundial, que personalmente apoyó,
se preguntaba si el enemigo de Inglaterra Hitler era realmente peor
que su aliado Stalin.
El otro rasgo sorprendente
de Russell fue sus dotes como escritor. Como se ha dicho. escribió
sobre muy diversos temas. Pero bien fueran temas filosóficos (por
ejemplo, "Nuestro conocimiento del mundo externo como un campo para el
método científico en filosofía") o tratados críticos
( por ejemplo, "Un esbozo de las tonterías intelectuales") o livianos
relatos populares (por ejemplo, "Si te enamoras de un hombre casado"),
su escritura era fresca, provocadora y comprometedora.
Y su estilo tenía
un instinto innegable, aunque particularmente teñido con un toque
de su mordaz sarcasmo. Cuando escribía sobre la clasificación
de la gula como pecado, Russell reflexionaba: "Es un cierto pecado vago,
pues es difícil decir dónde el interés legítimo
por el alimento cesa y se empieza a incurrir en culpa. ¿Es malo
comer algo nutritivo? En ese caso, caeríamos en un riesgo de condenarnos
cada vez que comemos una almendra salada"(19).
Ridiculizaba a los defensores de los derechos de los animales
cuando escribía: "Un igualitario decidido... se verá forzado
a considerar a los monos iguales a los seres humanos. ¿Y por qué
pararse en los monos? No sé cómo va a oponerse a una razón
a favor del voto de las ostras"(20).
Y una
vez difirió la escritura de una autobiografía porque: "Tengo
una cierta vacilación a empezar... demasiado pronto... por miedo
de que algo importante no haya sucedido todavía. Supongamos que
terminara mis días como presidente de México; la biografía
parecería incompleta si no mencionara este hecho"(21).
Su
talento para la escritura fue reconocido de la manera más pública
imaginable cuando Bertrand Russell recibió el Premio Novel de Literatura
en 1950. Pero, al describir su fórmula para escribir con éxito,
Russell dejaba desazonados a los profesores de redacción:
Mi profesor me dio varias reglas sencillas,
de las que sólo recuerdo dos: "Pon una coma cada dos palabras y
nunca uses ''y'' excepto al principio de una sentencia". Su consejo más
enfático era que siempre había que reescribir. Lo intenté
a conciencia, pero me encontré mi primer borrador era casi siempre
mejor que el segundo. Este descubrimiento me ha ahorrado una enorme cantidad
de tiempo(22).
A lo largo
de su vida, desde sus investigaciones matemáticas hasta su encarcelamiento,
desde sus numerosas aventuras amorosas hasta su Premio Nobel, Russell se
codeó con una notable serie de personas interesantes e influyentes.
Su padrino fue Jhon Stuart Mill. Hemos dicho que en una ocasión
se sentó en las rodillas de la Reina Victoria. Más tarde
gozó de la amistad de Jhon Maynard Keynes, William James y H. G.
Wells. Conoció a los escritores Beatrix Potter, D. H. Lawrence,
George Bernad Shaw, Joseph Conrad, Aldous Hexley y Rabindranath Tagore.
Discípulo suyos fueron Ludwing Wittgenstein y T. S. Eliot. En Rusia
entrevistó a Lenin y Trotsky. Y cuenta que a sus clases de 1920
en Pekín asistieron dos jóvenes notablemente radicales,
Mao Tse-Tung y Cho En-lai. Tuvo numerosos amigos, desde Albert Einstein
hasta Peter Sellers y Winston Churchill. Con respecto a éste último,
contaba Russell que una noche cenando en una fiesta "Winston me pidió
me pidió que explicara el cálculo diferencial en dos palabras,
lo que hice a su satisfacción"(23).
Y por
si estas relaciones con los grandes no fueran adecuadas, Russell ocupó
en el Trinity College las habitaciones en las que en otro tiempo residió
Isaac Newton. Aunque temperamentalmente Russell y Newton no podían
ser más diferentes, estos dos ingleses tuvieron cada uno una inteligencia
enormemente poderosa y los dos hicieron avanzar las matemáticas
de su tiempo hasta nuevas fronteras.
Este trabajo ha sido realizado para el curso de SAEM Thales, Formación
a Distancia a través de Internet, por M. Carmen Márquez García,
cmgarcia@cica.es